A menudo se acordaba de los hoyuelos de Marie, esas dos pequeñas muescas que endulzaban su cara. Cuando pensaba en ella, se acordaba de su olor, de las noches de ópera, de los bailes de máscaras. "Veamos el amanecer, el cielo azul, blanco, colorado", suplicaba. Les encantaba ver amanecer, y después asistir a sus desayunos de fresas silvestres, de nata, de champagne.
24.11.11
Champagne et Versailles .
El
fulgor del color verde de la hierba le taladraba las pupilas. Los
primeros rayos de sol se fundían suavemente con el azul del cielo,
bañando cálidamente ese amanecer otoñal. El rocío había empapado
sus ropas, blancas y vaporosas, y la humedad se mezclaba con el
efluvio que desprendían las rosas del inmenso jardín.
A menudo se acordaba de los hoyuelos de Marie, esas dos pequeñas muescas que endulzaban su cara. Cuando pensaba en ella, se acordaba de su olor, de las noches de ópera, de los bailes de máscaras. "Veamos el amanecer, el cielo azul, blanco, colorado", suplicaba. Les encantaba ver amanecer, y después asistir a sus desayunos de fresas silvestres, de nata, de champagne.
(Bisous, mes petits)
A menudo se acordaba de los hoyuelos de Marie, esas dos pequeñas muescas que endulzaban su cara. Cuando pensaba en ella, se acordaba de su olor, de las noches de ópera, de los bailes de máscaras. "Veamos el amanecer, el cielo azul, blanco, colorado", suplicaba. Les encantaba ver amanecer, y después asistir a sus desayunos de fresas silvestres, de nata, de champagne.
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